Armando Palomas / Que viva el Mambo.


 Se conocieron en Tlalnepantla de Baz, en un café bar donde seguramente Palomas empuñaba una guitarra.

Ebrios y felices de esa noche, habrían quedado el sábado siguiente en el Chopo, para ir sorteando al paso brillantes estoperoles y cuero negro a rayo de sol de mediodía en búsqueda de los otros invitados: músicos de cabellos indomables y bohemios periodistas a sueldo de matón, que seguro conocían y frecuentaban las mejores taquerías de la ciudad, por no hablar de las pulquerías de culto y quizá -por qué no decirlo- los burdeles más exclusivos de la gran Tenochtitlán.
Oriundo de la tierra de la gente buena y haciendo gala de tal mote, Armando invitaba meses luego a su nuevo amigo a un concierto en Aguascalientes capital. Generoso como siempre, se encargó del hospedaje, la comida y la bebida del chilango aquel. El romance de “Rocko” con esta ciudad apenas comenzaba.
Poco tiempo después de aquella tocada, el destino notificaba memorándum a la puerta del domicilio particular del tal Garduño, disfrazando el vuelco que la vida le propinaría con una simple carta invitación para participar como ponente en la “Semana Cultural del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática” en esa misma Aguascalientes de su carnal el Palomas. Dijo que sí, hizo maleta y se lanzó en Primera Plus al más delicioso vacío sin siquiera imaginarlo.
Cuenta con orgullo -inflando de aire el pecho en cada oportunidad que se presenta- que ya en el lugar, corbata al cuello y de pie en un estrado hablando de arte y cafés bar de su Tlalnepantla de Baz, descubrió vislumbrando a su audiencia, dos ojos grandes y atentos de entre el público, que le anunciaban coquetos y parpadeando pocas veces por minuto que el amor existía, y que, de hecho, era una prestación gratuita siempre y cuando se contara con credencial actualizada del sindicato de estar vivo.
Era mujer -la dueña de esa mirada- y sería la suya por los años que vendrían y que aún son. Rato después del momento del choque de vistas, el exponente cayó su monólogo ilustrativo para invitarla en voz alta, y con toda la audiencia en testigo, a un café apenas terminara el solemne evento. Ella dijo que sí.
Palomas, Armando, fue testigo de la boda, el nacimiento de su niña y los oscuros tiempos de hospital que “Rocko” vivió a causa de los accidentes que la vida le tenía predestinados. El cantautor ha sido amigo, compadre y hermano, así que la pieza de arte que encabeza a este texto tiene un valor incalculable en el acervo del monero en cuestión.
Texto: Alberto Sánchez López

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